De todos es sabido que las
incursiones en el mundo del sexo de pago suelen traer sorpresas, buenas o
malas, y que son una buena manera de romper con la rutina y el aburrimiento. En
esta ocasión la cosa se complicó un poco. Quizá a algunos la situación le
hubiera dado morbo pero en mi caso no fue así. Más bien, entró en la categoría
de: “Cosas que sólo me pasan a mí”. Pero no nos adelantemos.
A primera vista se trataba de un
anuncio normal. Un texto con los datos generales y los servicios, un par de
fotos y poco más. Me llama la atención y lo investigo un poco. Tiene un par de
fans en foros locales y por teléfono me da buena sensación. Cerramos la cita y
quedamos en una gasolinera. Ella sale de su trabajo normal y desde allí iríamos
a su casa. Durante el trayecto me
pierdo. El GPS no funciona y la gente la que pregunto no puede indicarme. La
llamo por teléfono y me explica cómo llegar. Quince minutos después llego a la
gasolinera. Ella no está. Vuelvo a llamarla y me dice que como yo tardaba un
poco, se ha ido andando a su casa y está a medio camino. Decisión que no
entiendo. ¿Cómo se supone que íbamos a encontrarnos si ella se dirige otro
sitio que yo desconozco y además no me lo dice? En fin.
Diez minutos después la recojo a
mitad del trayecto. En la esquina acordada me espera una chica rusa, morena,
vestida con un chándal y con un chiguagua en brazos. Todo demasiado de andar
por casa. Se sube y durante el trayecto se muestra un poco nerviosa. Tanto, que
se confunde con una de las indicaciones y debemos dar un rodeo para volver a
encontrar el camino. A estas alturas estoy harto de conducir, pero estoy
calmado. Al fin llegamos. Me hace subir unos momentos después de que ella. No
puedo usar el timbre, ni el ascensor y una vez en la casa me hace hablar en
susurros. Me lo repite varias veces.
El perro corretea por ahí y veo
fotos de mi amiga rusa con un tío. A todas luces su marido. Y pasando la vista
por encima del piso es obvio que viven ambos en esa casa. Las zapatillas del
marido parecen ser de tres tallas más que la mía. Viene a mi imaginación la
imagen de un tiparraco enorme y empiezo a ponerme nervioso: ¿y si aparece el
ruso en mitad de todo aquello? ¿Qué coño le explico yo? Me vuelve a decir que
hable en susurros. Se quita el horrendo chándal y se queda con los calcetines,
de deporte, puestos mientras me dice que si sé algo de ordenadores, que el suyo
funciona fatal. Anti-climax total. Me quedo mirando su vientre, donde destaca
una cicatriz enorme que la afea un montón. La escena ya me parece surrealista
total y comienzo a disculparme para marcharme de allí. Se acerca a mí y con
arrumacos y otras artes me medio desviste y me tira, literalmente, boca arriba
en la cama. Noto las sábanas usadas y una manta que pica un montón. Me incorporo
pero no me deja, ella está buscando bajo mis calzones. ¡Parece que me quiera
violar! Surrealista total.
Mi grado de alucine aumenta,
¿tengo que pegarme con ella para que me deje en paz? ¿Si formo un escándalo que
pasará? En fin, ella alcanza mi pene, flácido y triste como jamás lo he visto,
e intenta chupar. Ante tal empeño, la dejo hacer por un corto espacio de
tiempo. Me parece una eternidad y mi amigo parece achicarse más y más con cada
intento. Me escabullo mientras me
levanto y le digo que gracias pero que me voy. Ella muestra sorpresa y cómo no
habíamos hablado del tiempo, le dejo encima de la cómoda la tarifa mínima. No
quiero follones. Me pregunta que me pasa, que a ella eso nunca le ha pasado
algo parecido y esas cosas. Contesto educadamente y estoy deseoso de irme. Me
vuelve a hablar de su ordenador estropeado. Vuelvo a mirar las zapatillas del
marido y mi mente vuelve a ver a un tipo grande y furioso que va a por mí. No
veo el momento de salir por patas.
Hasta que no arranco el coche y enfilo
calle arriba, no me sobreviene la calma. Joder con la rusa, ¡menudos cuernos
debe lucir el marido!
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