domingo, 10 de mayo de 2015

Gatillazos: La Cornamenta Rusa.



De todos es sabido que las incursiones en el mundo del sexo de pago suelen traer sorpresas, buenas o malas, y que son una buena manera de romper con la rutina y el aburrimiento. En esta ocasión la cosa se complicó un poco. Quizá a algunos la situación le hubiera dado morbo pero en mi caso no fue así. Más bien, entró en la categoría de: “Cosas que sólo me pasan a mí”. Pero no nos adelantemos.


A primera vista se trataba de un anuncio normal. Un texto con los datos generales y los servicios, un par de fotos y poco más. Me llama la atención y lo investigo un poco. Tiene un par de fans en foros locales y por teléfono me da buena sensación. Cerramos la cita y quedamos en una gasolinera. Ella sale de su trabajo normal y desde allí iríamos a su casa.  Durante el trayecto me pierdo. El GPS no funciona y la gente la que pregunto no puede indicarme. La llamo por teléfono y me explica cómo llegar. Quince minutos después llego a la gasolinera. Ella no está. Vuelvo a llamarla y me dice que como yo tardaba un poco, se ha ido andando a su casa y está a medio camino. Decisión que no entiendo. ¿Cómo se supone que íbamos a encontrarnos si ella se dirige otro sitio que yo desconozco y además no me lo dice? En fin.

Diez minutos después la recojo a mitad del trayecto. En la esquina acordada me espera una chica rusa, morena, vestida con un chándal y con un chiguagua en brazos. Todo demasiado de andar por casa. Se sube y durante el trayecto se muestra un poco nerviosa. Tanto, que se confunde con una de las indicaciones y debemos dar un rodeo para volver a encontrar el camino. A estas alturas estoy harto de conducir, pero estoy calmado. Al fin llegamos. Me hace subir unos momentos después de que ella. No puedo usar el timbre, ni el ascensor y una vez en la casa me hace hablar en susurros. Me lo repite varias veces.

El perro corretea por ahí y veo fotos de mi amiga rusa con un tío. A todas luces su marido. Y pasando la vista por encima del piso es obvio que viven ambos en esa casa. Las zapatillas del marido parecen ser de tres tallas más que la mía. Viene a mi imaginación la imagen de un tiparraco enorme y empiezo a ponerme nervioso: ¿y si aparece el ruso en mitad de todo aquello? ¿Qué coño le explico yo? Me vuelve a decir que hable en susurros. Se quita el horrendo chándal y se queda con los calcetines, de deporte, puestos mientras me dice que si sé algo de ordenadores, que el suyo funciona fatal. Anti-climax total. Me quedo mirando su vientre, donde destaca una cicatriz enorme que la afea un montón. La escena ya me parece surrealista total y comienzo a disculparme para marcharme de allí. Se acerca a mí y con arrumacos y otras artes me medio desviste y me tira, literalmente, boca arriba en la cama. Noto las sábanas usadas y una manta que pica un montón. Me incorporo pero no me deja, ella está buscando bajo mis calzones. ¡Parece que me quiera violar! Surrealista total.

Mi grado de alucine aumenta, ¿tengo que pegarme con ella para que me deje en paz? ¿Si formo un escándalo que pasará? En fin, ella alcanza mi pene, flácido y triste como jamás lo he visto, e intenta chupar. Ante tal empeño, la dejo hacer por un corto espacio de tiempo. Me parece una eternidad y mi amigo parece achicarse más y más con cada intento. Me escabullo  mientras me levanto y le digo que gracias pero que me voy. Ella muestra sorpresa y cómo no habíamos hablado del tiempo, le dejo encima de la cómoda la tarifa mínima. No quiero follones. Me pregunta que me pasa, que a ella eso nunca le ha pasado algo parecido y esas cosas. Contesto educadamente y estoy deseoso de irme. Me vuelve a hablar de su ordenador estropeado. Vuelvo a mirar las zapatillas del marido y mi mente vuelve a ver a un tipo grande y furioso que va a por mí. No veo el momento de salir por patas.

Hasta que no arranco el coche y enfilo calle arriba, no me sobreviene la calma. Joder con la rusa, ¡menudos cuernos debe lucir el marido!


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