jueves, 25 de junio de 2015

Gatillazos: Encuentros imprevistos.

A todos nos puede pasar. Y antes o después acaba sucediendo. Estás en el lugar más insospechado y de repente algo te llama la atención: una cara, unos ojos, una figura y allí está, aquella chica que conociste en una de tus aventuras. Si ambos estáis solos, no hay mayor problema. Un leve saludo o un simple “¿qué tal?” si hay algo de confianza y pista. Si alguno está acompañado, es una cuestión más delicada. Esta semana me he encontrado dos veces a la misma chica, en la misma zona y ella estaba acompañada de la misma persona. A todas luces su novio.


Nuestras miradas se han cruzado, nos hemos reconocido y ambos nos hemos hecho los locos. La primera vez que me pasó, me crucé en la calle con una habitual de la época. Ambos estábamos solos y ella me saludó discretamente con los ojos, pero yo me hice el ciego. Pocos días después me volví a cruzar con ella. En esta ocasión me paré a saludarla y a preguntarle qué tal. Me sentía culpable por ignorarla la vez anterior y quise ser un poco más amable. Pero se me fue la medida, me enrollé un poco y ella, que veía cargada con unas bolsas, se empezó a agobiar.

Desde entonces he tenido diversos de estos encuentros fortuitos. Diurnos y nocturnos. La regla de oro siempre ha sido la discreción y la prudencia. Incluso si parece estar sola puede ser que esté acompañada y no nos demos cuenta. Cierta mañana estaba haciendo un alto en mis obligaciones laborales en una cafetería cuando me percaté de que alguien me saludaba con la cabeza. Unos pocos asientos más allá estaba una preciosa chica rubia. ¡Y me estaba saludando! Me costó un poco reconocerla por la sorpresa, pero sin duda era ella. Caí en la cuenta de que recibía muy cerca de donde estábamos. Sonreí de vuelta y mi cabeza se llenó de las sensaciones e imágenes de nuestros encuentros. Un par de segundos después ella enfiló por la puerta de salida.

Terminado el café la llamé. Le hizo gracia mi ocurrencia de una cita en ese momento, y accedió. Quedamos un cuarto de hora después y puntual llamé a su puerta. Cuando nadie respondió tras varios intentos empecé a alarmarme. ¿Qué había podido pasar? Volví a marcar su número y su teléfono estaba sin cobertura. Cuando estaba a punto de darme por vencido, apareció corriendo por el pasillo. Estaba en el ascensor cuando la llamé. Quiso hacer un recado antes de que nos viéramos y se le complicó, de ahí su tardanza.

Me hace pasar y en el salón me ofrece una bebida. Nos sentamos en el sofá y hablamos un poquito. Después se incorpora y dice que se va a preparar. Entra en el dormitorio del apartamento y deja la puerta entre abierta. Desde donde yo estoy, puedo verla perfectamente. Ella lo sabe y se comienza a desnudar despacio, con mucha sensualidad. Me está dedicando un striptease. Está de espaldas y es toda una visión las curvas de su cuerpo. Dos momentos para recordar. El primero: cuando se queda sólo con su tanga, marcando el esplendor de su culo y cómo se inclina para quitárselo. El segundo: cuando ya completamente desnuda se da la vuelta, con los brazos cruzados sobre su cuerpo tapándose sus zonas pudientes, y con una sonrisilla picarona cierra la puerta de la habitación con el pie.

Mi estado de excitación en ese punto sería solo comparable a la cara de bobo que debía de gastar en ese instante. Apenas minuto y medio después sale del dormitorio vestida de colegiala. Con las pertinentes coletas y zapatos de tacón. Se vuelve a sentar en el sofá. Ronronea y me provoca hablándome. Mi erección es considerable y se acrecienta cuando ella me echa mano al paquete mientras sigue hablándome muy cerca del oído. Nos besamos, acaricio su espalda  y como dos adolescentes comenzamos a darnos el lote. Se sube a horcajadas sobre mí y me ofrece sus pechos. Son hermosos y apetitosos, a pesar de la silicona, y ella aprovecha para frotar su coño en mi polla. Los hechos se confunden en este punto. Pero la voy desvistiendo, me incorporo para hacer lo propio y ella aprovecha para hacerme un francés mientras sigue sentada. Sus piernas separadas, sus tacones y sus pechos, conforman un cuadro digno de verse. Me mira con cara de viciosa y escupe en mi miembro. Todavía no he podido quitarme más que la camisa y le digo que se incorpore. Tras darnos un poco más el lote se gira y frota su culo contra mí. A cuatro en el sofá me aproximo a su culo y comienzo a chupar y besar. Le como el coño y compruebo que se va mojando. Ella se da la vuelta y me pone un condón con a boca (¿de dónde coño lo ha sacado?) y comienza el folleteo. A cuatro sobre el sofá, con ella sentada encima de mí, a la japonesa, cuando el sofoco y a temperatura aumentan, nos levantamos. De la mano me lleva delante de un espejo que hay en el salón. Lo hacemos de pie. Primero cara a cara y después por detrás. Sus zapatos la elevan hasta la altura ideal y yo no pienso más que en seguir follándola sin parar. Se gira y me mira desafiante a los ojos. Entonces cojo su coleta y emprendo otra tanda aumentando la intensidad hasta que me alcanza el orgasmo. Todavía tengo los pantalones por los tobillos.


Tras la tempestad nos relajamos un ratito. Una ducha, me ducho y acicalo un poco y no queda más remedio que volver al mundo real. Eso sí, durante el resto de la jornada laboral, no se me quitaría una bobalicona sonrisa del rostro. Hay casualidades que no hay que dejarlas pasar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario